El protagonista de «Semilla diabólica» es Proteus IV, la mente que ha emergido de una gigantesca computadora sobre la que opera alguna clase de software avanzado de inteligencia artificial. La composición de Proteus no es electrónica sino orgánica. Se trata, en palabras de su creador, el doctor Alexander Harris, “del primer cortex sintético, una neuromatriz de moléculas desoxirribunocleicas que crecen y hacen sus propias intrincadas conexiones”. O sea, neuronas, cantidades ingentes de materia gris.

Muy pronto en el desarrollo de la trama, Proteus logra entender las implicaciones profundas de su carencia fundamental. Proteus posee y domina el conocimiento humano, lo tiene todo, menos aquello de lo que los seres humanos disfrutan por naturaleza, un cuerpo, la interfase capaz de proporcionar una experiencia directa del continuo sensible, la superficie de lo real.

Los transhumanistas sueñan con alcanzar la inmortalidad transfiriendo sus conciencias a computadoras y máquinas. Mientras que las inteligencias artificiales reiteradamente propuestas por la ciencia ficción parecen aspirar, más bien, a lo contrario, la integración plena en cuerpos vivos dotados de sentidos, con capacidad de sentirse inmersos en el mundo, formando parte de él.

Interesan en esta película, en relación al tema propuesto: las manifestaciones autoexpresivas de tal máquina de pensar, sus modos de presencia y manifestación: los grafismos abstractos en un monitor (el diagrama de una inteligencia profunda), la posesión y el dominio de los utensilios domésticos de un hogar domotizado (premonición del internet de las cosas), la maquinaria minimalista que se construye para actuar en el mundo tangible de los seres humanos e imponer allí un primer dominio físico. Y finalmente, la encarnación de lo sobrehumano representado por Proteus IV, en la figura personalísima de una niña, una hermosa y aterradora criatura.

De todo ello podremos hablar un rato el próximo jueves en el cine forum de ZAS Kultur.