
Su trabajo surge de una colaboración muy poco usual en el mundo de la fotografía y, sin embargo, extendida en otros medios basados en la imagen. Uno de ellos actúa como guionista y el otro se encarga de la realización. Así pues Antonio Altarriba concibe los temas de las series y diseña cada una de las fotos proponiendo tanto la figuración como su distribución en el plano. Pilar Albajar, por su parte, marca las pautas estéticas, escoge los modelos y los decorados, cuida de la iluminación y se encarga de todos aquellos aspectos relacionados con la puesta en escena. Naturalmente para obtener los mejores resultados la comunicación es constante y la intervención de uno en el campo del otro muy frecuente.
Con la fotografía pretenden explorar temas profundamente arraigados en su sensibilidad o en su cultura. En ese sentido las referencias a fotografiar no se encuentran en el exterior -la realidad en sus múltiples aspectos- sino en el interior -la mente en su manera de interpretar esa realidad-. Quieren dar cuenta de ese mundo hecho de fantasmas, sueños, prejuicios, nociones culturales, ideas recibidas, obsesiones y delirios que bulle en su cabeza. El desafío consiste en lograr que el imaginario adquiera forma y, de una manera o de otra, se encarne o, si se quiere, que nuestras fantasías reaccionen a la luz y cristalicen en fotografía.
Para ello ponen en funcionamiento ciertas dinámicas de relación entre los elementos de la figuración, establecen asociaciones, combinan o inventan cuerpos y objetos con el fin de obtener imágenes donde las claves simbólicas sustituyen los tradicionales valores documentales. Se trata, pues, de un trabajo que no exige la identificación sino la interpretación. Para facilitarla agrupan su obra en series y otorgan una gran importancia a los títulos. Es el mejor método para delimitar un tema (El miedo, El sexo, El pecado…) y declinarlo en todos sus avatares.
Tal y como la utilizan, la fotografía no se «toma», se «crea» a partir de las indicaciones del guión. Y eso elimina el carácter de instantánea con el que tradicionalmente se la identifica. En su caso la foto no es ni el producto ni el reflejo de un instante. Surge de un largo proceso de montaje y representa un concepto intemporal. En ese sentido se alejan de las definiciones de la fotografía que la sitúan en el terreno de la fijación o de la autentificación, de la aprehensión de un tiempo o de la prospección de un espacio, detención de la fugacidad o revelación del detalle, victoria sobre la muerte o muerte en sí misma. Sus fotografías no dependen de la inestable dimensión de los acontecimientos sino de esa otra, más difusa pero más duradera, donde arraigan las ideas.